Texto de autoría del profesor de sociología de la Universidad Del Valle, Alberto Valencia Gutiérrez, texto que constituye una enseñanza para lograr el dialogo, el debate, la critica y ante todo superar las posiciones dogmáticas.
Editor del blogs
Jesús Glay Mejía N
Alberto Valencia Gutiérrez Profesor
Universidad del Valle
ÉTICA DE LA DISCUSIÓN1
Una práctica ancestral de la educación ha arraigado en cada uno de nosotros una representación de la verdad como un hecho físico acabado, como un bien material que existe en algún lugar o que es posesión de algún sujeto o grupo particular, hasta el punto de excluir a los demás de su disfrute, o exigir normas o rituales para acceder a él. La educación, desde este punto de vista, sería entonces el acto a través del cual un maestro que "posee" un saber porque "es un sujeto que se supone que sabe" -según la célebre fórmula de Lacan- lo comunica a otro que "carece" de él. Cuando alguien "posee" la verdad sólo es posible el monólogo, ante un auditorio pasivo.
Esta concepción desconoce que nuestra "condición de existencia" es el diálogo y que no es posible imaginar algo distinto por fuera de él, en sentido afirmativo o negativo. La verdad, por su propia naturaleza, es un resultado del diálogo, a la que sólo se llega por la "constante cooperación de los sujetos" a través de "la interrogación y la réplica recíprocas"2. Pero como el diálogo no es un mero instrumento para alcanzarla, sino su hábitat propio e insuperable, la verdad no es un resultado final y definitivo, como lo han prometido siempre las grandes concepciones dogmáticas, sino una construcción relativa y provisional, un momento que forma parte de un proceso de búsqueda permanente y sin fin, cuya definición es, precisamente, el diálogo. La verdad, por lo tanto, no es un objeto empírico apropiable, sino el componente de una relación social.
La principal enseñanza de un siglo en el que los totalitarismos de todos los matices trataron de imponer, mediante el ejercicio del poder, su propia "verdad", es que la pluralidad de perspectivas es irreductible a una verdad única y definitiva. El diálogo entre diversas posiciones no sería entonces la “simple aceptación resignada de un hecho inevitable”, sino el reconocimiento, como en la mejor tradición liberal3, del
1 Las fuentes a partir de las cuales se ha construido este ensayo son, en primer lugar, las conversaciones con Estanislao Zuleta en Cali durante largas veladas en la mesa de un café, alrededor de unas cervezas o unos tragos de vodka entre los años 1980 y 1982; y la lectura del libro de Ernst Cassirer y Martin Heidegger, Débat sur le Kantisme et la Philosophie (París, Bauchesne, 1972) -mejor conocido como el debate de Davos de marzo de 1929- en el que se presenta la conversación entre estos dos filósofos, a propósito del kantismo y la filosofía. Un primer esbozo de estas ideas se encuentra en el libro del autor En el principio era la ética Ensayo de interpretación del pensamiento de Estanislao Zuleta (Cali, Univalle, 1996, pp. 57-59). La primera versión se presentó en un coloquio organizado en 1998 por el periódico El País de la ciudad de Cali cuya finalidad era contribuir a salvar la Universidad del Valle de la grave crisis en la que se encontraba en ese momento. Posteriormente, y de manera informal, este artículo se ha difundido profusamente en universidades, condominios, hoteles, grupos de trabajo, grupos estudiantiles, seminarios y algunos otros medios institucionales.
2 Cassirer Ernst, Antropología filosófica, México, Fondo de Cultura Económica, 1977, p. 21.
3 Cfr. Mill John Stuart, Sobre la libertad, México, Ediciones Gernika, 1991 (Existen múltiples ediciones).
carácter creador y productivo de la diversidad de miradas sobre el mundo. El diálogo ha llegado a ser hoy en día el principal instrumento de que disponemos los habitantes de este planeta para enfrentar un futuro lleno de dudas e incertidumbres.
No obstante, en nuestros países sufrimos atávicamente el predominio de una cultura retórica y parlamentaria orientada a persuadir, vencer en una causa, ganar adeptos, suscitar pasiones en cualquier dirección, halagar la sensibilidad de un auditorio, provocar su imaginación o influir sobre su voluntad. El "buen decir" y el virtuosismo verbal se imponen así, cuando lo que se quiere ante todo es la confirmación de la propia posición, y no la búsqueda de sentidos nuevos que se puedan llegar a convertir en patrimonio de todos los que participan en una discusión. Una tarea urgente consiste, entonces, en llevar a cabo el aprendizaje de las condiciones mínimas que hacen posible el diálogo como un interés colectivo, y no simplemente como un instrumento al servicio de la imposición de una tesis o de la dominación social y política.
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